Un domingo cualquiera, pateando la zona de Conde Duque, dimos por casualidad con este local. Es un local pequeño, casi familiar, medio escondido, con pocos clientes y ambiente cargado, donde tan pronto el dueño se pone a tocar la guitarra en directo para los presentes, como te encuentras unos perros correteando por el local. El local se divide en dos partes, la frontal y la trasera, una a la entrada, frente a la barra y otra por detrás de la barra, donde te puedes meter y casi parece que entras en el salón de una casa, donde está la gente hablando y tomando algo o viendo la tele. La decoración oscila entre "cosas que le sobraban a mi madre cuando se mudó y las traje al bar en vez de a la casa del pueblo" y arte bohemio en forma de recuerdos, carteles y señales de la calle. ¿Qué puedes comer y beber? Basicamente, vermut de barril hecho artesanalmente, encurtidos de muchas clases (hay latas por todas partes) y morcilla de león. Tiene alguna cosa más, pero esto es lo más destacable, y, aunque parezca una oferta pequeña, os puedo asegurar que merece la pena. Los encurtidos son de enciclopedia, exquisitos, la morcilla de León es REALMENTE de León (matachana auténtica), y el vermut es, sinceramente, de los mejores que he probado. Cuando sales del bar, medio mareado por los vermuts (es imposible tomarse uno solo), y abrumado por el ambiente que tiene el bar, piensas que el sitio es cutre, pero que tiene un estilo bohemio, familiar, de alguien que ha montado un bar por el mero placer de hacerlo, pero no como un local para ganarse la vida (quizá por eso sólo lo veo abierto los fines de semana) y que por eso hace lo que le da la gana en él. Sobre todo, es un bar que rompe con la norma del resto de bares en la zona y que, sólo por eso, merece la pena ir a verlo. Un descubrimiento de lo más interesante al que he vuelto en varias ocasiones (y seguiré haciéndolo).

Buena música y ambiente familiar.cerveza bien fresquita y vino de la tierra